Decidí tirar el reloj por la ventana y hacer que el tiempo volara.



Espere un rato, dos, tres… muchos. En realidad no me acuerdo exactamente cuántos ratos espere hasta que mi pierna decidió comunicarme sus ganas de correr. Salí a la calle, bonito día, todo se veía verde.
Olía como tú, me recordaba mucho a ti, sonreí.
Me acosté en la hierba, estaba mojada y mi pelo, sudadera y pantalones acabarían de la misma forma. Me daba igual, sinceramente, me iba a costar calentarme el culo, pero me daba igual. Miré al cielo, no había nubes, el cielo era una. Sentí que en cualquier momento saldría un león y se comería todas esas masas esponjosas. Me imagine en la playa. La arena helada y el viento fuerte. Preferí volver donde parecías haberte esmerado muy cuidadosamente en dejar cada detalle de ti. No sabía bien que era lo que almacenaban las mariposas de mi estomago, pero sé que solo lo hacían por ti y que no lo hacían desde hacía mucho tiempo. 


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