Me gusta mi destino y tu probabilidad.







Es una ciudad pequeña, completamente sumida en la oscuridad de la noche. Todo el mundo duerme, y sólo los pasos de dos jóvenes rompen el silencio mientras atraviesan las calles. 
Ella va guapísima, con una falda negra, una camiseta blanca y un sombrero a juego tomado prestado de un amigo. Pero da igual como fuera, el chico que la acompañaba pensaba que ella siempre deslumbraba. Incluso de noche, su mundo era tan alegre que parecía que el Sol estuviera presente, y es que para él, su propio Sol caminaba a su lado. 
Ambos volvían de una fiesta. Él no tuvo nunca ganas de ir, pero de que él fuera o no dependía que ella pudiera disfrutar de aquella noche. Total, ¿qué más le daba a él ir o no? Lo único que realmente quería era estar al lado de ella. No hacía ni un mes que se conocían y él ya estaba perdidamente enamorado de ella, y a la vez tan desconcertado... nunca había sentido nada igual por nadie. El simple hecho de verla desde la otra punta del local hacía que su mirada se perdiera y le reconfortara.
Él estaba muy nervioso mientras atravesaban las silenciosas calles, mientras el sonido de sus zapatillas y las bailarinas negras de ella penetraban en sus pensamientos y los enturbiaba, y todo ello sumado al nerviosismo le impedía concentrarse. Estaba casi temblando y con un nudo en el estómago. Él había intentado que sus manos se encontraran, pero sólo encontraba unos cuantos roces que ella no parecía encontrar , pero cada vez que sus manos se rozaban, los latidos de su corazón se disparaban como activados por un resorte. Estaban llegando a casa de ella, y ese era un trayecto que él quería concluir pero que a su vez nunca quería que acabara. Sabía que todo tenía que acabar de una forma u otra esa noche, y tenía miedo del resultado.
Llegan al portal de ella. Quedan enfrentados el uno al otro. Él, consumido por sus pensamientos, y ella... bueno, ella estaba tan magnífica como siempre, y al ver su sonrisa se relajó un poco. Quería coleccionar esas sonrisas, captarlas y quedárselas para poder disfrutar siempre de ellas.
El nudo del estómago no desaparece, y ya es tan fuerte que casi le impide hablar y tragar. Él quería ser valiente, besarla, porque sabía que del desarrollo de aquella noche dependía su mundo entero.
Finalmente, odiándose a sí mismo, se inclina y le da dos besos...
Ella le abraza. Él cierra los ojos, abrumado por aquel tierno abrazo. Siente que todo su cuerpo se relaja, y todo lo demás desaparece, y ya sólo existe ella. No quiere soltarse, pero ha de hacerlo... todo tiene que acabar. 
Se separa lentamente de ella, hasta que sus cabezas quedan pegadas, y dibujándose una sonrisa en los labios de él, sus labios rozan los de ella. Se funden en un largo y tierno beso.
Para él fue su primer beso, por así decirlo, de verdad. Fue el primer beso en el que sintió que ella se llevaba algo consigo, su corazón, y a partir de ese momento ella sería la encargada de guardarlo y cuidarlo. 
Se despiden. Él se va más vacío, porque una parte suya se ha quedado con ella. Por otra parte, sabe que ya no camina solo, sabe que ella está siempre a su lado, junto a esa estúpida sonrisa que se le ha dibujado en la cara, incapaz de desaparecer de su rostro hasta que cae dormido en la cama.
Y es que ella ha redefinido su concepto de felicidad. Él siempre se sintió feliz, pero ahora ve que no es nada comparado con toda la que ella le aporta. Ahora sí que es realmente feliz, y hará cualquier cosa para que ella lo sea también.

Por: Aleksander B.