Abrir la puerta de mi casa y en la penumbra, tirarme al sofá como si no tuviera piernas.
Me abrazo a un cojín y, acostada y acurrucada, empiezo a llorar, preguntándome que es exactamente lo que hago mal, una y otra vez, una y otra vez, sin parar.
Mis sollozos se camuflan entre que si no he hecho ya suficiente y que si el universo no sería capaz de ofrecerme algo de cariño.
Solo
una
pequeña
gota.
Solo quiero que el tiempo pase. Que pase en la oscuridad sin moverme un ápice hasta que se me acabe la última lágrima de mi cuerpo, y, entonces, tranquila dormir.
Pero ahora solo tengo ganas de llorar profundamente, de derramar esas pequeñas gotas de mí, que caen por el teclado y se cuelan entre los pequeños entresijos de mi ordenador.
Así qué sin más demora, vuelvo a mi sofá.
A dejar que el tiempo pase.
Mientras dejo qué se escapen minúsculas estrellas de mis ojos hinchados.